miércoles, 10 de marzo de 2010

La mirada de los otros

En una reunión de trabajo en la que hoy me tocó estar, recordé que muchas de las acciones que realizamos a diario pueden estar conectadas con las de alguien completamente diferente, ser extremadamente distintas, y sin embargo llegar al corazón de una misma forma.

Cuando caminamos por las calles de nuestra ciudad, sobre todo si es gigante como Buenos Aires, nos cruzamos con miles de personas desconocidas. Cada una, sin embargo, tiene una historia que contar, una anécdota graciosa, una pérdida, un enojo, un gesto solidario y por lo menos dos egoístas. No vemos cada historia, porque de hecho es imposible escuchar cada relato, la vida no alcanzaría para recolectar y administrar tanta información. Pero se trata de observar, con eso alcanza ¿Alguna vez se sentaron en el banco de una plaza a contemplar a la gente que transita por ahí? Si lo hicieron, sabrán a qué me refiero. Se trata de observar, mirar minuciosamente cada detalle. Para quien no maneja esta herramienta con virtuosismo es difícil seleccionar la información, pero se hace más llevadero con la práctica ¿Qué caracteriza a esta persona? Su forma de hablar, de caminar, la ropa, los colores, el peinado, pero por sobre todo, la mirada. Dos minúsculos reflejos que nos dicen todo, incluso más que todo lo demás.

Las miradas perdidas, atentas, empantanadas de miedo, sobrepasadas de alegría, húmedas al límite del llanto, volátiles y soñadoras, colmadas de ternura, enmariposadas de amor. Todas ellas esconden historias. Mi vocación me enseña día a día que saber observar es lo más valioso, justamente por el hecho de que hay historias para contar en todos lados, lo importante es saber usar el tamiz de información. Yo elijo contar mi historia, y elijo qué contar y qué no. Quienes me conocen saben que de mi vida hay mucho más que decir, que lo que aquí escribo. Seguramente habrá alguien dispuesto a escuchar mi historia, y estoy muy segura de que no será en vano.

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